Harmonia libertaria: rayuela

Una sociedad universal de pequeñas ciudades libertarias, autogestionarias, ecológicas, un poco urbanas y un poco rurales, con tejados que son jardines comestibles (huertos con flores) y cada manzana (pero manzana redonda, no cuadrada)tenga un parque comunitario que es un huerto.

10.26.2005

Perfume de ángel

Perfume de ángel

Claudia Peña Claros


- Un niño baja muy temprano a la cocina de su casa, mira al jardín y ve que hay allí un ángel muerto de frío. Lo invita a pasar.

- Pero si los ángeles no existen -, me mira mi hermana con ojos burlones.

- Existen, existen. ¡Mi profe me dijo que yo era un ángel!

- Ay, pero no pues. Esa es nomás una forma de decir.

- Claro vos decís eso porque sos la única que quiere inventarse las historias -, y mis ojos arden y quieren llorar.

- Bueno, bueno -, mientras cruza las piernas, recostada en la cama –entonces contame.

- Ayer me desperté muy temprano, para ver el amanecer. Pero me dio hambre y bajé a la cocina. Entonces vi un ángel por la ventana.

- Oye, así no empezaba. ¡Lo estás cambiando!-, odio cuando Florencia se ríe de mí.

- ¡¡¡Callate!!!

- Tonto.

- Estúpida.

- Vos no sos un ángel.

- No, pero vi uno.

- Mentira.

- Bueno -, y me hago el que me voy. Florencia no dice nada, dejará que me vaya. – Tampoco sabrás el mensaje que me dio.

- ¿Cuál mensaje?

- Uno sobre caballos.

- Ah! ¿sobre Andrómeda?

- Puede ser…

Florencia hace pucheros. Me mira de pies a cabeza desde su cama. No termina de creerme.

- Bueno, contame.

- Ayer me desperté antes que vos, y vi un ángel por la ventana de la cocina.

- ¿Y cómo era?

- Era algo azul, pero no era feo.

- ¿Cómo azul?

- Azul, azul. Su piel era azul, o sea no azul azul, pero sí como azul, como forrada de plástico azul.

- ¿Estaba forrado?

- ¡No! pero su piel era así, como transparente y azulada.

- ¿Y qué más?

- Estaba sentado en el pasto, como los bebés en la panza. Y tenía los ojos cerrados.

- Cómo sabes que era un ángel.

- Porque tenía alas. Era largo y parecía bueno. Y además…- me acerco a su oído y ella abre grande los ojos, para escuchar mejor –estaba desnudo.

- ¡Ah! ¿Y tenía pilín? – Florencia está en mis manos.

- No, no tenía pilín, porque los ángeles no orinan.

- ¿Cómo sabes?

- Él me lo dijo.

- ¿Le hablaste?

- Sí, pero tuve miedo-, le digo con vergüenza.

- No importa. Contame.

- Estaba muerto de frío, porque temblaba. Yo lo miraba por la ventana, y no podía moverme, era como si me hubiera quedado tieso. Y entonces él abrió los ojos, y ¿sabés qué? no necesitó buscarme, era como si ya me hubiera visto. Abrió los ojos y miró directamente hacia mí. Me miró a los ojos y sus ojos sonreían. Entonces abrí la puerta despacito y salí. Afuera de verdad que hacía frío, y me mojé los pies en el pasto.

- ¡Ah! Ayer mamá te riñó porque saliste descalzo y después quedó el piso manchado…

- ¿No ve?

Florencia me mira con la boca abierta, está pensando, pensando. Me cree, pero no lo puede creer. Se va a morir de la envidia.

- Entonces salí y me acerqué despacito, para que no se asuste. El ángel se paró, y ahí vi que era largo. Tenía el pelo negro negro, puro rulos, como Rodrigo, y manos grandes. Su cara era linda, pero azul, ya te dije. Era un ángel hermoso. Me dio pena, pobrecito ¿te imaginás el frío que debía hacerle? Le dije ‘¿Qué te pasa ángel?’. ‘Tengo una alita rota’, me dijo. ‘Ven a mi casa y te caliento leche’, le dije.

- ¿Encendiste la cocina Sebastián? -, entrecierra los ojos y no aparta su mirada de mí.

- ¡No! Pero le serví en mi taza…

- ¿En tu taza?

- Sí.

- ¡Huácala!

- ¿Qué tiene de malo?

- El ángel no debe haber querido tomar de tu taza.

- ¡Claro que quiso! Me dijo que mi taza era muy bonita. Le serví leche en mi taza y la puse al micro ondas. No encendí los fósforos.

- Ah…

- Puse el horno en un minuto, como mi mami, y esperé un ratito después de que dejó de sonar.

- ¿Le pusiste azúcar?

- Sí, una cucharilla.

- ¿Y Toddy?

- No, me dijo que no le gustaba el Toddy.

- ¿Por qué?

- Porque tiene transgénicos.

- Bah, si los ángeles no saben de transgénicos.

- Claro, claro que saben. Si viven con Dios, y Dios les cuenta todo.

- Pero los transgénicos no son asunto de ángeles.

- Sí, pero a él no le gustan. Se tomó la leche y me mostró su ala rota. Estaba un poquito desprendida de su piel azul, pero ¿sabés qué? no sangraba. O sea que los ángeles no tienen sangre.

- ¿Y qué tienen?

- Cuando se hacen una herida, les sale una agüita azul, que es como un perfume.

- ¿O sea que olía rico?

- Sí.

- ¿Y le dolía?

- No, a ellos no les duele nada. Pero sí que no podía volar. Por eso se había quedado en nuestro patio. Me dijo que se quedó aquí porque era el jardín más bonito.

- ¡Ah! ¿Le dijiste que la amarillis la planté yo?

- Sí.

- ¿Y le dijiste que yo siempre riego el jardín, y vos no lo regás nunca porque sos un flojo?

- No, porque hablamos de otras cosas.

- ¿De qué cosas?

- De caballos.

- Contame.

- Me dijo que él sabía dónde estaba Andrómeda.

- ¡¿Dónde?!-, me agarra de los hombros, su aliento en mi cara.

- ¡Oye, tu aliento huele mal!

- ¡¿Dónde Sebastián?!

- Ash, bueno, bueno, te lo voy a decir: me dijo que la tiene el viejito que vive detrás de la laguna.

- ¿Don Ambrosio?

- Ahá.

- Pero si él era bueno, don Ambrosio nos deja subir a su árbol de mandarinas…

- El ángel me dijo que es bueno, pero que su caballo…

- ¡Serafín!

- Sí, Serafín, está enamorado de la Andrómeda, y quiere que se casen, porque ella tiene ganas de tener hijitos.

- ¿La Andrómeda?

- Ahá.

- ¿Y cómo sabe eso él?

- Porque su caballo relincha cada vez que la Andrómeda pasa por ahí, y que el sábado pasado se escapó de su casa y se fue hasta donde la Andrómeda, y la olía ahí, bajo su cola…

- ¿Todo eso te dijo el ángel?

- Sí.

- ¿Y porqué no le dijiste a papá?

- Porque me dijo que espere tres días, que se casen, y que la Andrómeda va a tener un caballito blanco, y que don Ambrosio le va a decir a mi papá que ese caballito sea nuestro, pero que lo dejemos seguir cruzando a su caballo con ella, para que tengan muchos hijitos más.

- O sea que faltan dos días…

- Ahá.

- ¡Sebastián! eso es súper. ¿Te imaginás un caballito blanco? Va a ser bello.

- Sí, y yo lo sé todo porque sólo yo vi al ángel.

- ¿Y dónde está?

- ¿Quién?

- Oooh, el ángel pues ¿quién más?

- Se fue.

- Pero si tenía el ala rota.

- Pero yo se la arreglé…

- ¿Cómo?

- Fui al cuarto de mi mami, saqué despacito el costurero, y le cocí el ala a su pielcita azul.

- ¡Au! qué bruto. Seguro lo hiciste llorar.

- ¿No te digo que los ángeles no sienten dolor?

- ¿No te pinchaste? ¿Cómo metiste el hilo en la aguja?

- El ángel lo metió, y me dio la aguja con el hilo puesto. Yo nada más le hice cuatro puntadas.

- ¿Y el nudo? Vos no sabés atar.

- No le hice nudo.

- ¡Sebastián! ¡¡Se le va a desatar!!

- No importa. Él me dijo que nada más quería llegar hasta el cielo, y que ahí Dios lo arreglaría todo.

- Oye, ¿y habrá llegado?

- Supongo que sí. No ha vuelto. Me dijo que si se le desataba, iba a volver a nuestro patio, que era el más bonito.

- ¿Y después se fue nomás?

- Sí, pero antes me dejó algo para vos.

- ¿Para mí? ¿Qué?

- Esto.

Y saqué de mi bolsillo el frasquito de pastillas sin pastillas.

- ¿Qué es esto?

- Es la agüita azul del ángel. Me dejó que le saque un poco para vos. Porque él sabe que a vos te gustan los perfumes.

- ¿De veras? – Florencia está a punto de llorar. Observa atónita el frasquito de pastillas sin pastillas, me mira, duda, lo abre, huele un poquito, huele más hondo, y me mira alucinada.

- ¡Huele delicioso! Gracias Sebastián, sos el mejor hermano.

- De nada.

Me levanto de su cama con la cabeza en alto. De repente me siento tan grande. He visto un ángel, y el ángel ha confiado solamente en mí. En mí. Ni siquiera en Florencia, que siempre reza antes de dormir.

- Oye Sebastián…

- ¿Qué?

- ¿Será que me dejás a mí también tomar de tu taza?

- Pero si a vos te da asco.

- Este… ya no.

- Mmmm, bueno, si querés… pero ya no te vas a reír de mí.

- Nunca más Sebastián.

- La próxima vez que el ángel me busque, te voy a despertar para que lo conozcas vos también.

Florencia me mira extasiada, desde su cama de flores, en su mano el frasquito con perfume de ángel, y su cara entera como un sol. Soy feliz. Nunca más me prohibirá entrar a su cuarto, y me va a prestar sus patines. Me ayudará en la tarea.

Nada más importa, aunque mi mamá reniegue y rebata toda la casa buscando la agujita de oro del costurero, que le regaló su abuela. Que se llevó el ángel en su piel azul incrustada, porque yo apenas soy un niño, y no sé hacer nudos todavía.