Harmonia libertaria: rayuela

Una sociedad universal de pequeñas ciudades libertarias, autogestionarias, ecológicas, un poco urbanas y un poco rurales, con tejados que son jardines comestibles (huertos con flores) y cada manzana (pero manzana redonda, no cuadrada)tenga un parque comunitario que es un huerto.

11.04.2005

DE CRONOPIA A RAYUELA

EL SUBMARINO AMARILLO TRANSITANDO DE CRONOPIA A RAYUELA

Hondo regocijo causó la inauguración de un pasaje, fisura de la realidad o túnel secreto, en este caso acuático, que une las comunas de Cronopia y Rayuela. Fue el primer paso para trasladarnos todos a la nueva capital de la República de Harmonía Libertaria.

Mestremesí, nuestra bella alcaldesa, leyó ritualmente el capítulo 68 de Rayuela en uno de los idiomas oficiales de Harmonía, el glíglico. Su voz sensual y las implicancias de este bello idioma provocaron estremecidas ondas de placer entre los circunstantes. Una viejecita retrocedió veinte años en el tiempo y se prendó de un joven vestido de agudos azules. Una pareja de niños creció hasta la pubertad y se hicieron novios. Mujeres y hombres de la policía de Harmonía Libertaria distribuyeron globos de colores, pasteles con crema, jugos de frutas tropicales y bombones entre los concurrentes. Mestremesí, la Alcaldesa, fue la primera en abordar este viaje de prueba al cual seguirán otros de este transporte múltiple que unirá las ciudades de Marilyn, Naranjitay, Cholita Marina y otras conocidas con las que están en plena construcción, como Ocioville y Tiempo Libre.

Para acentuar el placer de disfrutar de la luz y el color de Harmonía, un joven poeta sugirió la fundación de una ciudad nocturna, deliberadamente triste y metafísica, en homenaje a Jaime Sáenz, que se llamará La Noche. Ciudad gótica por excelencia, diseñada con claroscuros del más puro neoexpresionismo alemán, con monumentos a Nosferatu, Drácula, La Llorona, la Viuda Triste, El Con Vela y otros fantasmas meritorios.

TEXTO DEL DISCURSO

Este es el texto del discurso de Mestremesí, la Alcaldesa:

68

Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apoltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fíludas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los espromedios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del Aurelio, se sentía balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.